Hablar de Soledad Cazorla es hablar de una vocación inquebrantable por la justicia y la defensa de la Ley, de una fiscala valiente y decidida que no tuvo miedo de asumir el papel de la coordinación de una  fiscalía creada para los delitos de violencia de género, en el marco de la Ley de Medidas integrales contra la violencia de género, una de las leyes que más y mayores críticas ha recibido desde el ámbito judicial.

Soledad es un claro ejemplo de una mujer fuerte y libre, con la determinación suficiente como para llevar adelante todo lo que se propusiera. Bastaban unos pocos minutos a su lado para darse cuenta de ello y para que los adjetivos de valiente, decidida, honesta, grande, divertida, y tenaz, no volvieran a separarse de ella nunca.

La vida me dio la oportunidad de conocerla no sólo es sus responsabilidad profesional sino como amiga. Cariño, admiración y respeto se confunden en mi pena y en la de casi todas las personas que tuvimos la suerte de tratar con ella, porque si grande era como profesional, tanto más lo era como amiga y como compañera en la defensa de las mujeres víctimas de la violencia de género.

Aunque ella misma reconocía que cuando asumió la responsabilidad de la Fiscalía de Sala de violencia sobre la mujer no tenía ni idea de a lo que se estaba enfrentando, lo cierto es que Soledad Cazorla se convirtió, en muy poco tiempo, en un referente en materia de intervención judicial contra la violencia de género, y se hizo con el respeto y el reconocimiento tanto de las instituciones y responsables políticos como de la sociedad civil.

Su empeño por entender a las víctimas de la violencia, hizo que estuviera siempre interesada en conocer sus itinerarios judiciales. Nunca tuvo pereza para saber más, en un reto personal de entender a las víctimas y encontrar la explicación a esa aparente falta de colaboración tan difícil de explicar si no se conoce su miedo. Pero que nadie se equivoque, porque su honestidad estaba por encima de cualquier toma de partido. “Son los jueces Soledad”, le dije en unas cuantas ocasiones.”Soleto, -respondía-, sin los jueces no vamos a ninguna parte”.

No obstante esta  inquebrantable confianza en el sistema judicial y en la Justicia, no se achicó de ninguna de las batallas en las que creyó. A su gestión en la Fiscalía le debemos la información sobre la inexistencia de las denuncias falsas, un pormenorizado conocimiento de los casos de asesinatos de mujeres que se recogían anualmente en la memoria de la Fiscalía y, una de sus últimas batallas, un empeño personal en mejorar la protección y defensa de la seguridad de los hijos y las hijas de las mujeres víctimas.

“Tenemos una Ley magnífica”, solía decir con esa voz profunda y sonora que revelaba sus certezas. “Sólo tenemos que mejorar la aplicación que hemos hecho de ella”. La Ley de medidas integrales contra la violencia de género, ha perdido una de las mujeres que mejor ha llegado a entenderla, a saber de sus fortalezas y de sus debilidades. Su ausencia, sin duda, se hará notar. Pero hemos perdido mucho más y será para todas las personas que la conocimos, la quisimos y la respetamos, muy difícil llenar este vacío que desde ayer nos acompaña.

La muerte siempre canalla, se ha llevado sin avisar siquiera  a una fiscala, a una madre, al amor de una vida, a una amiga, a una mujer hermosa y grande. Qué difícil el consuelo, qué torpes las palabras, cualesquiera que sean, para hablar del pesar y la pena.

Hasta siempre, Fiscala, querida amiga. Gracias por todo.